Leo a la consejera de Salud decir que existe una “notable inflamación” en las listas de espera, que es una médica metáfora para reconocer que hay 42.000 personas esperando una primera consulta cuando hace apenas 15 meses había 28.000. Como es lógico, no es achacable a su gestión, porque acaba de llegar y no ha tenido tiempo casi ni de vaciar las papeleras, pero sí que es su responsabilidad, porque a los ciudadanos, en general, nos da bastante igual quién gobierna y quién lidera un departamento cuando de cosas así se trata. No sé, ves cosas que antes no veías, quizá es lo que ha llegado para quedarse pero positivo no es: una médica de cabecera de 8 a 11.30 y otro de 11.30 a 15.00?, cambios cada año con lo que una misma persona tiene más médicos en los últimos 5 años que en sus 70 de vida anteriores, citaciones para especialidades que llegan a los dos años y medio, mil detalles. Y, en paralelo, la habitual entrega y talento de la inmensa mayoría de profesionales y el funcionamiento del sistema cuando la urgencia lo requiere. Pero, en general, se notan signos de cansancio, cambios a peor, grietas, que tal vez tengan que ver con sistemas organizativos, pero seguro que también con capacidad económica, envejecimiento de la población y, por qué no, estancamiento de las ideas. Uno lee a los distintos consejeros y consejeras durante años y los retos y planes, salvo asuntos muy concretos, son muy similares, lo que por otra parte es lógico en cierto modo, pero el lector y contribuyente se queda con la sensación de que para que el sistema carbure mejor se necesita casi una conjunción de astros y en cambio hace falta poco para que se descuajeringe o se inflame. La sanidad pública que tenemos, así como la educación, es una joya, pero es una joya rallada y con manchurrones. Reconocerlo como hace Induráin no soluciona nada pero es un arranque cuando menos profesionalmente honesto.