Recuerdo el día que Carlos Lopes, portugués, batió el récord del mundo de maratón en Rotterdam. Era un sábado de abril de 1985 y en esa carrera corrió su primer maratón Antonio Prieto -27:37 en los 10.000-, el legendario Taca, que no pudo hacer más que 2 horas y 16 minutos, por los 2:07:12 de Lopes, una plusmarca que duró tres años. Aquello lo televisó en directo La 2, como miles de pruebas que hace 30 o 20 años tenían audiencias de millones de personas y ahora apenas pasan de unos centenares de miles. Ayer, en una prueba que no es considerada oficial porque incumple bastantes reglas -liebres (corredores que arropan al que lo intenta, Kipchoge) que salen y entran sin completar los 42.195 metros, prueba no medida por un organismo oficial, sin control antidopaje, con un coche marcando el ritmo, no organizada o controlada por o la IAAF o la federación del país en el que se corre la prueba?- Eliud Kipchoge bajó de las 2 horas. Hizo 1:59:40, cuando en condiciones legales su récord del mundo es de 2:01:39. Hace nada, Bekele hizo 2:01:41. Viendo ayer el experimento y poniendo por delante el inmenso talento de Kipchoge y su increíble capacidad al margen de que bajara o no de dos horas, lo que me maravilló fue acordarme de sus marcas en un maratón de verdad, sin coches marcando el paso, con liebres tan cansadas como el mejor sin opción de parar y relevar, con el mejor dando la cara en los kilómetros finales. Que sean él y Bekele capaces de hacer por debajo de 2:02 es bestial, a mi juicio de mayor valor atlético que lo de ayer, un reto mitad deporte mitad marketing para vender zapatillas Nike. Creo que quien baje de 2 horas en un maratón reglado o no ha nacido o no ha cumplido los 10 años, aunque puedo equivocarme y que lo veamos la siguiente década, pero no termino de verlo en el corto plazo. Lo de ayer fue bonito. Los récords de verdad son eternos, como el de Lopes.