Se han hartado tanto el presidente de los empresarios, Sarría, como el de la Cámara de Comercio, Taberna, como los portavoces de Navarra Suma en anunciarnos durante estos últimos cuatro años y medio el infierno fiscal que para las empresas suponía Navarra. Los datos desmontan esta cuestión. En 2010, el Impuesto de Sociedades supuso un 6,6% de la recaudación fiscal. En los años sucesivos fue del 6,9% 6,8%, 6,8%, 6,9% y, con la llegada del cuatripartito y la clara reactivación de la economía, del 6,9% en 2015, 6,7% en 2016, 7% en 2017 y un pírrico 5,6% en 2018. El impuesto de Sociedades llegó a aportar un 16,7% de los ingresos en 2007. Lo que aporta ahora es tres veces menos. Las empresas, especialmente las grandes y muy grandes, tienen decenas de sistemas para ir obteniendo beneficios y ventajas de prácticamente cada cosa que hacen -me descojono cuando se dice que el cine está subvencionado. Joder, está subvencionada la práctica totalidad de la actividad del país, especialmente la industrial, tanto a nivel local, como nacional como europeo- y, al mismo tiempo, ven cómo las distintas legislaciones hacen que sus impuestos reales finales sean muy inferiores a lo que objetivamente les tocaría aportar a la sociedad. Que el ingreso por IVA -que pagan indiscriminadamente todos los ciudadanos, ganen lo que ganen, en productos muchos de ellos de uso diario- sea casi 6 veces más que los impuestos que pagan las empresas demuestra a las claras que hay que ir retocando la legislación e ir adaptándola a la realidad -de cada empresa, por supuesto, y de cada época-, porque no tiene razón de ser que de 2000 a 2009 la media de aportación fuera de 425 millones de euros anuales y de 2010 a 2018 haya sido de 209, menos de la mitad, mientras que el IRPF de los trabajadores ha pasado de aportar una media de 975 a suponer 1.147, un 17% más. Es obvio que algo no cuadra.