e alegro por las personas que en este confinamiento están aprendiendo mucho de sí mismas. Eso siempre es bueno. Yo solo he aprendido de mi mismo que tengo una molestia en la cadera que en cuanto pueda tendré que ir a mirarla, porque duele. ¡Ah! Y una muela picada. Por lo demás, nada especial. Leo también a muchos y muchas que señalan que cuando recuperemos parte de lo que había van a disfrutar más de las cosas sencillas. También me alegro por ellos. Yo voy a disfrutar igual. Los primeros días, imagino que por la novedad, más, pero disfrutaba mucho antes. De casi todo. Vamos, voy para el medio siglo, he perdido a demasiada gente preciosa que ya no está, he cometido suficientes errores como para arrepentirme dos vidas, calibro bastante bien que esto es una cuenta atrás desde hace muchos años, no necesito que me venga la realidad con mierdas de estas para valorar cada café, cada mañana, cada vez que oigo la respiración de Luka a mi lado y veo su sonrisa de 6 años: sé que todo eso es un milagro y lo valoro, lo aprecio y lo hago saber. Claro, tengo días o ratos idiotas, como todos, me quejo de mis puñetas más de lo necesario, seguro que debería ofrecer más energía a los de alrededor, pero, en general y con mis limitaciones, antes de todo este pollo me lo pasaba muy bien. Puedo ponerme tres canciones de Dylan, Cohen, Prine, Battiato, Van Morrison, Waits, de muchos, y transportarme a la sexta galaxia en un abrir y cerrar de ojos, quedarme absorto mirando el Irati con lágrimas en las mejillas ante tanta belleza o mirar Ondarreta con la boca abierta y comer pipas con el deleite del que va al Bulli. No es que sea especial, ni mucho menos. Creo que todos lo hacemos parecido. No necesitamos miseria. Eso de lo que no mata engorda es mentira. Lo que no mata no mata pero puede dañarte para siempre. El dolor sirve porque forma parte de la vida. Pero, cuanto más lejos, mejor.