ajé hace unos días a hacer compra y en el camino me fijé en varios trabajadores de la construcción apañando un local nuevo, de no más de 50 metros cuadrados, eran unos seis o siete, hablando entre ellos cara a cara, sin mascarillas ninguno menos uno, concentrados y ríendo y yo pensando: "Mira, esto está permitido pero que mi padre que todos los días o el 80% se cogía el coche y se iba al monte y no se cruzaba con nadie, no, no está permitido. Esto está permitido pero tengo a Luka metido en casa hace 40 días y si lo saco 10 minutos a comprar conmigo de la mano igual me apunta la OMS con un dedo gigante interestelar". Yo me alegro por esos currelas, por los muchos que trabajan y quieren hacerlo -no por quien lo hace obligado- y por la macroeconomía, nunca he sido de los que quiere para todos las limitaciones que uno tiene, pero no le veo sentido a que queramos mantener caliente la casa pero haya tantas ventanas abiertas. Se nos insiste y se nos machaca con que la clave es la distancia social y la higiene, porque por ahora los tests son muy escasos para el volumen de población que somos -pasa en todos los países grandes, cierto-, pero aquí seguimos, 40 días después, entre la esperanza de que dentro de poco se pueda salir algo y el desánimo de otear que durante meses y meses quizá nuestros hijos no podrán jugar en la calle ni besar ni abrazar a sus seres queridos o sus amigos, lo que también vale para nuestros hermanos, madres, padres. Eso desanima. Es una molestia nimia comparada con el drama que hay en los hospitales y en las casas y por eso aguantamos el tirón y por eso aguantaremos lo que nos receten, por sentido común, salud personal, pública y por respeto, pero eso no impide que te indignen muchas cosas: acciones, omisiones, silencios, engaños, torpezas bíblicas, etc. Sé que todo esto es muy complicado, no lo dudo, pero comienza a ser muy largo y contradictorio.