as redes sociales son uno de esos grandes inventos de los que, como de casi todos los grandes inventos, de vez en cuando conviene alejarse, porque pueden succionarte, darte una idea de la realidad equivocada o, sin más, hacerte más daño del beneficio que se supone que tienen que generar. Pero, como detector de personas, son majestuosas. Desde hace unos días, con esto de que ya se atisba algún leve cambio en las potentísimas restricciones vitales que tenemos, ya asoman los negativos. Los negativos son parecidos a los realistas, pero no idénticos. Un realista sabe de sobra que hay un porcentaje equis de la población que si le da la mano te arranca el hombro y que si le hablas de que los menores de 14 años podrán salir una hora -¿y los de 14 y 1 día, solo a la farmacia? ¿Esto qué es?- sabe que algunos padres se excederán, pero, pese a ello, será capaz de discernir que la inmensa mayoría de la población, a estas alturas de esta película de terror, conseguirá seguir las normas y mantener la prudencia y el respeto. Un negativo es incapaz. Ni siquiera creo que sea una elección, simplemente tienen una visión del conjunto de los demás tan sumamente pesimista que consideran que cualquier alivio que se ofrezca enseguida se va a convertir en una bacanal de jetas, aprovechados y padres que salen con el niño tres veces distintas cada día tras 45 sin apenas pisar la calle y que esto va a ser la norma y no la excepción. Y así con cualquier clase de cosa que no pase por estar todos metidos en casa 24 horas como felpudos. Yo, en cambio, trato de ser más optimista. Creo que la mayoría sabrá hacer las cosas bien. El futuro nos dará poco a poco más libertad y la clave va a estar en nosotros mismos, en nuestra responsabilidad y precaución. Vivimos cada segundo gracias al buen hacer de millones de personas, actuales y anteriores. Sin algo de confianza en los demás vivir es un horror.