Pasé el domingo por la Vuelta del Castillo y me encontré con el espectáculo de los residentes de la Meca dando vueltas con sus mascarillas y la mayoría con sus bastones en ese paseo de piedra que tienen en la entrada, mientras algunos de ellos y ellas se paraban en las verjas y hablaban con familia y amigos. Se te ponían los pelos de punta y un nudo en la garganta que era imposible de manejar. Ayer vi que por vez primera en más de tres meses les habían permitido salir de esos muros para pasear por el exterior y continuaba impresionando la imagen de fragilidad que transmitían la mayoría.

Uno de ellos, de 94 años, comentaba en la televisión: ¿Sabe usted lo qué es no poder salir a la calle en 3 meses? Ya se nos ha olvidado, señor. Hace ya más de mes y medio que salimos con bastante asiduidad, que les dejan también a nuestros hijos, que bebemos cervezas en las terrazas, que hacemos deporte y estamos a apenas cinco días de cogernos el coche y marcharnos a darnos un chapuzón a San Sebastián. No sabemos lo qué es estar tres meses sin salir, señor. Ni sabemos qué es morirse solo o sola en una residencia, sin el cariño de tu familia, o en un hospital, lo mismo, con los ojos clavados en el techo de una habitación iluminada por una luz azul mientras apenas puedes respirar y apenas puedes entender qué es lo que pasa y una enfermera que se asoma encima de tus ojos te sonríe a través de una máscara y una mampara de plástico y de golpe todo se acaba. No sabemos.

Sabemos reservar cita para almorzar el día 6 de julio, porque igual usted no se ha enterado, señor, recluido como estaba, pero han cancelado los Sanfermines pero a nosotros no nos van a cancelar, nosotros vamos a seguir demostrando que un virus no nos va a amedrentar, buenos somos los de Pamplona. Vamos a ser miles y miles, dicen. Joder, me emociono. Es que somos muy de aquí, lo que sea por lo de aquí, ¿no, señor?