o del coronavirus es agotador, para qué engañarnos. Hace un mes y pico por aquí se empeñaban en dar por concluida la pandemia y ahora mismo tenemos una media de 300 y pico casos diarios, 10 ingresos diarios, la vacuna para los menores de 11 años en capilla, el anuncio de una nueva variante más contagiosa y peligrosa circulando y la sensación de que ese eterno día de la marmota que fue el confinamiento se ha instalado en nuestras vidas con apariciones y desapariciones periódicas que no hacen sino generar inquietud. Sí, es muy obvio que las vacunas están funcionando, porque sin vacunas la letalidad de esta ola sería mucho mayor, así como el número de personas que ingresan en los hospitales, pero no es menos cierto que la efectividad de las vacunas pasados unos meses comienza a estar en cuestión, así como se desconoce el grado de inmunidad o protección que ofrecen conforme pasa el tiempo y el grado de trabajo que hacen a la hora de no ser infectado. Porque a pesar de que se sabe mucho más que hace unos meses, se sigue sin saber mucho y en ese duelo entre lo que sabemos y lo que no el virus por ahora va imponiendo su ley. Lo está haciendo en países con baja tasa de vacunación, en países como Alemania con una tasa bastante buena de vacunación y amenaza seriamente con hacerlo en países como España, con vacunaciones que llegan al 80% de la población. Pasaportes covid, aforos, incidencias en alza, hospitales cada vez más afectados, listas de espera, atención primaria saturada y desbordada... Es el cuento de nunca acabar y anímicamente algo muy complejo de gestionar, sobre todo para quienes están en la primera línea de frente: trabajando contra el virus en la sanidad y, por edad o patologías o ambas, para quienes más vulnerables son. El miedo te puede matar por dentro o dejarte casi anulado y aniquilado. Necesitamos buenas noticias. Las malas ya nos las manda la realidad.