l alcalde de Pamplona ha encargado a su equipo de trabajo que analice cómo, dónde y de qué tamaño va a ser la bandera de Navarra que quiere instalar ondeando de un mástil en la Plaza de los Fueros de Pamplona. También se supo que a la plaza del Baluarte le van a llamar plaza de la Constitución, pero eso lo dejaré para otro día. Vayamos a la bandera. Es repelente casi todo lo que tiene que ver con las banderas, con todas: la navarra, la española, la ikurriña, la que sea. Y mucho más repelente porque se usan siempre o casi siempre de una manera completamente mezquina en manos de los poderes públicos, a los que se les llena el pecho de orgullo y el espacio público de metros de tela, como si enseñando una bandera a cada cual más grande uno fuese más o menos de esa tierra o la amase más o a saber qué clase de super poder que no tiene el que no vive su vida con banderas, pins, colgantes y con la puta patria en la boca cada cinco minutos. Patrias, nidos de ladrones. Y ahora este Maya, que en su primera legislatura pasó de puntillas, quiere utilizar la segunda para ir sembrando la ciudad de botaratadas que ya se han hecho en otras ciudades y comunidades y que lo único que provocan es vergüenza ajena. Sí, hay que poner -parece- banderas en los edificios públicos y en rollos oficiales y, sí, esto es Navarra, muy bien, pero ya está, no hay necesidad ninguna de poner un hito en la plaza de los Fueros que lo señale, como si el visitante si no la ve creyese que está en Wisconsin. Es solo una necesidad política, de confrontación, ante quienes no sienten esa necesidad imperiosa de mostrar banderas y por tanto son menos navarros -a sus ojos- o ante quienes sienten aprecio también por otras banderas, que a sus ojos entonces ni son navarros ni son nada. Y, por descarte, de afirmación: yo, que la pongo, soy navarro de verdad y de los buenos. Todo muy carca, muy aldeano, muy pesado.