ocos días después del asesinato que cometió un adolescente en Elche y que acabó con la vida de sus padres y de su hermano pequeño un medio de comunicación publicó una noticia que decía que el chaval había leído recientemente un libro en el que se narraban hechos similares a los que desgraciadamente protagonizó. Eso vino tras haber publicado antes la gran cantidad de horas que pasaba jugando a videojuegos violentos. Los medios de comunicación somos expertos en tratar de explicar de maneras sencillas asuntos que, como el caso que nos ocupa y como el 99% del comportamiento humano extremo, son mucho más complicados o cuando menos cuentan con muchas más aristas de las que somos capaces de ver a simple vista. Ocurría también -y ocurre- cuando se informa de que tal persona se ha suicidado tras haberle sucedido tal cosa. Pero ya se sabe de sobra que correlación no es igual a causalidad y que detrás de una tragedia como la que ha tenido lugar en Elche quizá nunca se sepa qué había detrás. Quizá lo aterrador y ante lo que no queremos asomarnos es que igual en ocasiones no hay nada especialmente detrás, sino simplemente una cuestión de naturaleza humana cruzada con la estadística. Lo que es obvio es que nadie mata por leer un libro o por jugar a un videojuego y que lanzar esos mensajes simples desde los medios muchas veces provoca un efecto muy negativo en millones de padres y madres, que viven las rarezas propias de la adolescencia con un extra de inquietud. Cualquier exceso con actividades o sustancias con capacidad adictiva es potencialmente peligroso y mucho más a según qué edades, pero de ahí a establecer con titulares capciosos que pueda existir una relación entre una lectura o un videojuego y un asesinato hay kilómetros de distancia, una distancia que nos saltamos los medios con esta necesidad idiota de que querer establecer causas de cosas que o tienen mil o quizá nunca se sepan.