l fin de semana pasado se proclamó campeón del mundo de los 800 en pista cubierta un murciano de 24 años llamado Mariano García. García es de un pequeño pueblo llamado Cuevas del Reyllo, de apenas 1.000 habitantes, situado a unos 8 kilómetros de su lugar de entrenamiento más habitual. Su lugar de entrenamiento más habitual es una pista triangular de 300 metros que hay en Fuente Álamo. Una vez a la semana va a entrenar a una pista homologada, en Cartagena, pero la base de sus entrenamientos tiene lugar en una pista que no es de atletismo. Le han ofrecido ir a entrenar a las mejores residencias de Madrid, Barcelona, al Centro de Alto Rendimiento, a la Blume, pero él dice que “no me muevo de aquí, soy de pueblo y en la ciudad me agobio”. De palabras concretas y nada complejas, eso que se llama directas y perfectamente comprensibles, García afirma que “esta es mi personalidad y al que no le guste...”, mientras confirma tener la cabeza sobre los hombros al asegurar que pese al oro “sigo siendo de los malos”, ya que sabe que en una temporada al aire libre todavía le queda dar un buen salto de calidad para medirse a los africanos y a los mejores estadounidenses e incluso europeos. Pero ya está ahí, sin las grandes instalaciones que otros y otras tienen a su disposición. Él entrena solo, en su pista triangular que los fines de semana acoge a un mercadillo y de vez en cuando acude al gimnasio que el ayuntamiento ha adecentado. “No me gustaría entrenar en una ciudad grande con la elite, no quiero saber si corren más o menos que yo”. Es una historia que perfectamente podría tener lugar en los 40, 50 o 60 del siglo pasado. Que pase en éste y que además el protagonista sea campeón del mundo es un gustazo para los amantes del atletismo como uno de los deportes más sencillos y claros de comprender y practicar: correr, saltar, lanzar. Aunque sea en una pista triangular en curva.
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