o salgo a la calle estos días traicioneros de abril y si entra un poco el norte me tengo que subir el jersey y el abrigo hasta arriba y me molesta el papo y las más de las veces a las horas ya estoy tosiendo y maldiciendo y esta semana Carlos Soria pasó la noche en mitad de la ventisca sobre una minúscula plataforma a 7.300 metros en el Dhaulagiri. Si tenemos en cuenta que Carlos Soria lleva una prótesis en la rodilla izquierda, que el Dhaulagiri con sus 8.167 metros es el séptimo monte más alto del mundo, que estuvo en la expedición española que subió al Manaslu hace 48 años y que en febrero cumplió 83 años podremos estar de acuerdo en que estamos ante un portento de la naturaleza. Soria, que ya ha subido 12 ochomiles y que en algunos ha usado oxígeno artificial -no en este intento al Dhaulagiri- y la ayuda de sherpas de altura a los que paga generosamente-, bajó de esos 7.300 porque el intento de cima era muy complejo con la situación climática y el esfuerzo que les había supuesto llegar hasta esa altura -el campo base está a unos 5.000 metros-, pero ya ha anunciado que lo volverán a intentar si el clima les deja, en una montaña que ya ha intentando más de 10 veces. A causa de su edad y ritmo -altísimo para cualquiera que no sea la elite-, Soria va cada día de campo a campo, sin poder hacer varios de golpe, con lo que necesita una ventana de mínimo 4 días buenos y si son 5 mejor. Se ha retirado más de 10 veces del Dhaula, el único ochomil que le queda por subir junto con el Shisha, así que no se le puede acusar de irresponsable, todo lo contrario, se da la vuelta en cuanto ve que o él o la montaña no están perfectos. Es una pelea gloriosa contra el reloj y la inmensidad a cargo de un hombre admirable que lleva más de 60 años en este pulso hombre-montaña. Me dará igual si sube o no, siempre que baje. Pero ojalá suba, mientras los humanos nos abrigamos.