Como muchos críticos culturales vienen manteniendo, el espacio ha desplazado al tiempo como dimensión operativa del capitalismo avanzado y posindustrial. Y es que el espacio se ha convertido en el gran escenario para las transacciones comerciales. Enrique Maya es alcalde, pero además es arquitecto y quizás haya leído al gran evangelista de los negocios urbanos, Richard Florida. Por eso uno intuye que la operación de acoso y derribo de la vieja estación de autobuses responde a una histerización neoliberal que ensanchará esa Pamplona Shopping Center que Maya imagina. Lo venda como lo venda y lo envuelva en ese casposo gusto de venderle a los críos una pista de esquí y de paso cines, y bolera y bares, muchos bares.

Le recordaré a don Enrique que si llevara a cabo esta demolición, sería la segunda gran voladura que adorna su currículum vite: la demolición de la cárcel de Pamplona en 2012 la cual justificó diciendo “que el derribo de la antigua cárcel tiene muchas ventajas y es un solar que tiene unas posibilidades enormes”. Todavía está esperando un uso. Más o menos así nos vende el derribo de la vieja estación de autobuses, un edificio que a mi me conmueve cada vez que pasó y miro su reloj. Porque también veo la fecha, y esa fecha, 1934, en plena República, es la única que sigue transgrediendo la historia traficada de esta ciudad.

Le digo una cosa alcalde: una pista de esquí, ¡por dios! No es sostenible. Y encima usted la quiere construir, si se lleva a cabo, sobre la tumba de un espacio que ha apostado por la sostenibilidad. No me joda alcalde. No puede ser que solo se le ocurra tirar edificios con solera en la ciudad. Puestos a tirar, por qué no tira los Caídos, como le dijo el otro día mi colega de columna, el Nagore. Algo que también piensan no pocos colectivos. Me dirá que desbarro. Le digo que dirigir una ciudad es también administrar de manera significativa espacios emocionales. ¿Me guardará el reloj?