O va en serio, o es una farsa. Me refiero a la cumbre del clima. O se adoptan ya medidas drásticas y globales que nos afecten a todos, o esta cumbre no será más que una feria: una ceremonia de lamentación en el mejor de los casos. Y cuando digo que nos afecten quiero decir que afecten de verdad a nuestras vidas, que afecten directamente a nuestros hábitos de consumo, a nuestra forma de movernos, a nuestra forma de vivir: que lo notemos, que tengamos que cambiar cosas: que nos cueste. Y cuando digo a todos quiero decir a absolutamente todos. A los estadounidenses también. Y a los chinos. De lo contrario, ya digo, golpes de pecho en una gala televisada. Que los medios de comunicación se fascinen con la figura de una niña hierática a la que han convertido en mascota del ecologismo es una frivolidad. Música celestial. Naturalmente, no tengo nada contra ella, pobrecita, pero que la comparen con Chico Mendes o con Berta Cáceres no tiene ningún sentido y es hasta molesto. Puede que estemos en los inicios de una revolución ecologista. Es posible. Puede que a partir de ahora los partidos políticos empiecen por fin a dar importancia a este asunto, lo incluyan en sus programas y se debata sobre ello. Puede que dentro de poco empecemos a votar a partidos que se comprometan de verdad a luchar contra el desequilibrio de la naturaleza. Somos emocionales y la gente empieza a estar no solo sensibilizada sino también asustada con los efectos del cambio climático. Puede incluso que se pongan en práctica algunas medidas bienintencionadas, cómo no. Estoy seguro de que se hará. Pero todo será insuficiente. Porque lo que no podremos nunca es dejar de ser lo que somos. Y somos depredadores, siento decirlo: no lo podemos evitar: siempre queremos más. Somos depredadores. Lo sabemos. Y nos duele. Pero no podemos parar. Acabaremos con el planeta. Lo agotaremos y nos extinguiremos. Con el tiempo hasta se borrarán nuestras huellas.