stuve el otro día viendo Zumiriki, la nueva película de Oskar Alegria. Es muy personal: la obra de un contemplativo. Me gustó porque se busca a sí mismo, como los buenos. Me recordó el famoso verso de César Vallejo sobre su infancia: Murió mi eternidad y estoy velándola. Eso es lo que hace Oskar Alegria. Le ves ahí, tendido al anochecer en una hamaca sobre las aguas que cubren su isla sumergida. Le ves sentado en medio del campo como esperando ver pasar al niño que fue. Se detiene en lo ínfimo, en lo roto, en restos y fragmentos. Y reflexiona más o menos melancólicamente (toda reflexión es un poco melancólica) sobre lo perdido. Es un poeta que busca la autenticidad, pero la autenticidad no se puede encontrar porque la autenticidad es inasible, es precisamente lo perdido, lo que dejamos. Eso nos enseña, por si no lo sabíamos. Y viene bastante a cuento y nos apela a todos, porque ahora, unos más que otros pero todos (cada cual a su modo), nos las tenemos que ver con lo perdido. Nos las tenemos que apañar con eso, con lo que estamos perdiendo: con lo que estamos dejando de ser: con lo que vemos que se queda atrás y tememos que ya no vuelva. La reflexión de Oskar Alegria es pertinente y actual y deberíamos hacerla todos porque es la reflexión del que quiere dejarse de tonterías y del que se esfuerza en verse a sí mismo para no traicionarse demasiado, ya que traicionarse un poco es prácticamente inevitable, supongo. El mundo nunca está bien, por una cosa o por otra, siempre se está yendo al diablo, como ahora. Y el mundo que se avecina siempre emite fulgores inquietantes. A muchos les atraen esos extraños fulgores en el horizonte, a mí también (por curiosidad, más que nada, claro), pero a menudo acojonan. El mundo que viene puede ser muy duro si no tienes claro quién eres y todo eso, no sé si me explico. Parece tan fácil perder la cabeza hoy en día.