Faltan 5 minutos para las nueve. Llevas tres horas y dos cafés levantado porque querías revisar la última prueba de Matemáticas que pusiste el martes a tus alumnos y anoche preferiste quedar con unas amigas para tomarte un par de vinos que fueron cuatro y escuchar a Iranzu dudar si separarse o dar otra oportunidad más, y a Marta valorar si apuntalarse el pecho después de haber amamantado a conciencia a dos criaturas. Te parecerá una tontería, pero no te sientes igual. Cuando tus tetas sostenían buena parte del orgullo de tu patrimonio físico, quedarte con dos calcetines no es fácil de aceptar. Yo no he tenido ese problema. ¿Se puede sentir nostalgia de lo que no se ha conocido? ¡Pero quizá debería plantearme ponerme un buen par! Ahora mismo Pablo y yo tendríamos que buscar en la RAE el significado de “deseo”. Ahora mismo no, hace ya dos años. Gracias, Marta. Qué haríamos sin tu amor por el dato. Sabes que compartir la inquietud y el conflicto ajenos no consuela, pero sí contribuye a engrasar con humor el mecanismo contundente del día a día y a resituar la dimensión de tus problemas. Miras el calendario del aula, 21 de noviembre, y jurarías que miente porque no es posible que en ocho semanas de curso tu mente y tu cuerpo ya hayan activado la alerta naranja. Ayer mismo cuando los chavales salieron de clase notaste que estabas hiperventilando. No ayuda a respirar bien encontrarse en la mochila una nota que dice Puto inútil, como me sigas suspendiendo te voy a arruinar la vida. Menos aún constatar que el padre de ese cabrón de 12 años comparte proyecto con su hijo. Piensas en llamar a Mario, el de Química, que cogió la baja en abril y aún no ha vuelto. O mejor no, porque te va a reforzar en lo que ya sabes. Faltan 3 minutos para las nueve.