Puesto a generalizar y epatar, y alguien se me enfadará, yo también abogo por un pin, y lo pueden apellidar tutorial o consensual. Quiero, sí, que la maestra cuente con permiso para librarse del padre metomentodo, ese que deja al crío en el aula como deja el coche en el taller, se pega al cogote del mecánico y le ordena qué pieza cambiar. Quiero dotar al profesor de un comodín para carcajearse de la madre absentista que justifica por teléfono la ausencia del nene -"está con fiebre"-, cuando en verdad está moreno en Jaca o en las Landas con la familia.

Quiero un salvoconducto para no hacer caso a quien previendo o imponiendo el futuro de su vástago exige indulgencia en Historia y Filosofía, asignaturas bonitas pero, entre tú y yo, el chaval aspira a cotas mayores. También para pasar de quien no entiende por qué la niña brillantísima ha de aprender Lengua y Educación Física si pronto la mandará a estudiar bisnes al extranjero. A menudo también pide que no se le suspenda Inglés, que ya lo pillará por ósmosis en Kansas.

Quiero, claro, una declaración jurada que autorice al tutor a responder como merece a quien lamenta la existencia de tres inmigrantes en clase, pues ralentizan el supersónico progreso de su prole, o de dos alumnos de esos raros que impiden avanzar al resto hacia el estrellato. Una cosa es integrar, y otra incordiar. Quiero, en fin, otorgar a la tutora el derecho a reeducar a los progenitores del niño que afirma que el homosexual es un enfermo y el feminismo un cáncer. Por ejemplo. Y es que a veces lo peor no es copiar en un examen. Lo es copiar en una casa.