Si de niño su mando a distancia fue una colleja en la calva de la tele, que así despertaba y hasta cambiaba de cadena; y, si además le gustaba el fútbol y los domingos encendía el recién estrenado canal vasco, quizás lo recuerde. Hablo de un fenómeno paranormal que entonces me desesperaba, y hoy es común: los resúmenes de los partidos duraban más que los partidos, de tal forma que tras una hora viendo la repetición de las mejores jugadas uno se percataba de que aún faltaban 80 minutos por resumir.

Si su primer teléfono móvil fue un walkie-talkie fabricado con dos yogures y una cuerda, habrá sido testigo del auge de esta tendencia dilatadora, nube en cámara lenta, aplicada a la información meteorológica. Esta resulta ya tan prolija, que si andas con prisas se añora el augurio seco del pastor del Gorbea. A veces cuentan en directo una tormenta en Móstoles y la descripción sigue cuando ya ha escampado. También ocurre con las noticias de tráfico conectamos con el paso de Biriatou y con la vida política, donde una frase con sujeto y predicado se glosa por menudo y por capítulos, sea en crónica parlamentaria o sarao de humor.

Y a qué viene este rollo, y tanta paja en el ojo ajeno, se preguntará con razón. Pues viene a que lo mismo está pasando con la pandemia, que con eso de llenar las horas hay quien hace chisme de la excepción, chicle de la migaja, y bastan un botellón de tres críos y dos viejas en chándal pisando un bidegorri para convocar a Javier Urra e Iker Jiménez y alarmarnos: la sociedad no respeta las normas. Y así se demora el drama, se me acaba la yonkilata y el virus pervivirá muchísimo más que el virus. Al tiempo.