Pues me van a perdonar, pero en algunas críticas algunas, he dicho a la apertura de la frontera con Cantabria advierto un puntillo elitista muy feote. No me refiero al legítimo ataque contra el adversario político, o sea el Gobierno Vasco, estando ya en campaña electoral. Tampoco a la sincera preocupación sanitaria viniendo del espanto que venimos. No, me enoja cierta mirada displicente, supremacista, ese intercambio de memes donde se pinta a un paisano dominguero que, ebrio de hedonismo, por lo visto erosiona la imagen monolítica que muchos se han hecho de sus compatriotas. Un portugalujo camino de Laredo no es Topet Etxaun, y qué diferente se juzgan 47.000 coches en Saltacaballo y en Senpere. Es la misma sonrisa altiva de quien señala al veraneante de Benidorm con un desdén monetario y culturalista, como si cruzarse con María Jesús fuera señal de analfabetismo y mera aspiración del extrarradio. Otra cosa era Kaxiano, que hasta en los acordeones hay clases. Lo suyo, pues, es ejercer de entomólogo en una aldea suletina y limpiarse los chakras en Tayikistán. Estamos ante otro capítulo del populismo sin pueblo, la puesta en práctica, o sea en tuiter, de la confesión de Stendhal: "Amo al pueblo y detesto a sus opresores, pero tener que vivir con él sería para mí un suplicio infinito." Resulta cómodo pensar que el lugar al que pertenezco y defiendo es exactamente como lo dicta mi ideología, e incluso gallear de lo contrario, tirar de individualismo y en suma despreciarlo. Lo extraño es alabar de día al pueblo trabajador vasco y lamentar de noche lo que ese pueblo en realidad es.