UPN se ha calzado la Gürtel del PP. Una correa (el apellido del empresario, traducido al alemán, dio nombre policial a la trama). Un cinturón para controlar la evidencia de su adelgazamiento social. Para sujetar la pérdida de talla. La emergencia electoral justifica todas las flagrantes contradicciones entre la realidad del acuerdo (generales, forales, municipales) y el rechazo demostrado hacia los populares en un repaso a hemeroteca y Twitter. De compañeros de oposición a socios de coalición. A tragarse sus propios vómitos de indignación. Y el PPN, a garantizarse presencia y salarios institucionales. Beltrán ha doblegado la resistencia de Esparza. La ideología nacionalista vasca, enemigo a erradicar. Aunque tenga cuna navarra como otras sensibilidades políticas de la Comunidad. La aspiración finalista de independencia y soberanía, inviable en la democracia actual, atenta contra el planteamiento legalista encorsetado en la Constitución. La corrupción, no. Aunque robe y malverse dinero público y destroce la confianza del ciudadano en los políticos. Así piensan. Con tanta miseria ética, la secesión puede llegar a parecer terapéutica. UPN presume de partido incorrupto (¿y el caso Galipienzo, en Egüés?), pero tiene tragaderas morales para asociarse con uno de los más corruptos de España. Hasta el punto de perder el Gobierno de la Nación mediante una moción de censura impulsada a causa de una sentencia judicial. Y las que quedan. Con ramificación también en Navarra. El popular Del Burgo, cartero desde Madrid de sobres con dinero en metálico como “compensación transitoria” para el popular Calixto Ayesa. Reconocido. El presidente Rajoy, testigo amnésico en los tribunales, negó la veracidad de los papeles de Bárcenas, “salvo alguna cosa”. Ésta, por ejemplo. El acuerdo ha sido calificado de “pacto de cobardes” por la secretaria general del PSN. Antológica definición del partido más cobarde con su postura ante el cambio. De traca.