El acceso al poder institucional ablanda la sesera ideológica y lima las uñas revolucionarias. La alfombra del despacho ralentiza la marcha y amortigua sonido a la inicial zancada firme y resuelta. Discursos rompedores de efecto placebo en las clases populares. Dosis calculadas en su aplicación para evitar espasmos en los auténticos mandatarios. Equilibrio entre cautivar y alarmar. Y a dejar correr el tiempo. El poder dominante, criminaliza o fagocita. Los socios del gobierno de coalición de la monarquía parlamentaria española -republicanos por definición como algunos de sus apoyos imprescindibles- han dedicado tiempo a criminalizar sus respectivas políticas. Podemos ha expuesto con vehemencia su frustración por una gestión socialista blanda e incumplidora de compromisos. Al presidente Sánchez le quitaba el sueño el horizonte de una cohabitación con Pablo Iglesias. Ni el cambio de colchón en el palacio de la Moncloa le permitía trasponerse. Ahora han conciliado. La conveniencia es como la Dormidina. La necesidad, cloroformo. Tras el preludio de la criminalización, la estrategia de un acogimiento medido, controlado mediante la estructura del gabinete y la dotación económica. La izquierda radical asimilada, un adorno en la periferia del paraguas gubernamental socialista. Pedro Sánchez -paradigma del político resistente, mutante y mentiroso- reiría por dentro ante la felicidad indisimulada de sus ministros asociados, sumisos con las convenciones formales del protocolo de casta. Corbatas, trajes y el "ciudadano Borbón" reconocido como Rey. Ni el histórico dentífrico Profiden favorece tan abiertas sonrisas. En el asalto a los cielos, de la trinchera al ascensor. A renglón seguido, Unidas Podemos recluta líderes de movimientos afines para el segundo nivel de mando. La mordaza del cargo. Amortigua exigencias. Amaina enfados. Y distancia de la base. Le pasó antaño al PSOE con el tejido asociativo vecinal. Las plazas tienen memoria.