Secuencia angustiosa, recurrente en la ficción cinematográfica: un vehículo atosiga a otro en la carretera. Con insistencia. Durante largo tramo. En reciente caso real, un camión con semi-remolque acosó a un turismo ocupado por una familia. Escenario: dos túneles y la pendiente de bajada hacia el valle de Baztán. Toques de bocina, ráfagas de luces, peligrosas maniobras de aproximación. Agobiante.

Motivo aparente: el automóvil ajustó su velocidad al límite marcado en los túneles. La grabación en un móvil y la llamada a la Policía Foral fueron fundamentales para la identificación, alto, sanción (500 euros y seis puntos) y posterior condena judicial (6 meses de cárcel, un año sin carné de conducir y 1.500 euros de indemnización por daños morales) del infractor. Tensión como espectador ante la pantalla; una pesadilla como víctima real. En verdad, pasa: conductor imprudente presiona a otro mediante acercamiento inquietante, amagos de adelantamiento y ráfagas desde los faros. La presión puede complementarse con gestos imperativos y despreciativos visibles por el retrovisor del acosado. Arrogancia al volante. Superioridad enojosa.

El pánico consiguiente desestabiliza la conducción. También sucede en vías urbanas. Varias personas fuimos testigos asombrados de la actitud apremiante de un conductor en el acceso a la Baja Navarra desde una de las calles del Segundo Ensanche. Nos llamó la atención la reiterada utilización de un claxon. Pretendía la inmediata incorporación a la vía principal del turismo que le precedía, detenido en un ceda el paso. Era evidente el flujo constante de vehículos por los carriles de la avenida, pero insistía. Machacón. El impaciente accedió a la avenida, zigzagueó y ocupó por momentos cada uno de los tres carriles. Algunos permisos de conducir vehículos a motor parecen regalo de tómbola. Cierto. Pero otros se antojan sacados en escudería de gincanas. La educación previene riesgos. Concilia. Y evita accidentes.