Qué buen rebaño para tan malos pastores. Los ciudadanos hemos aceptado sumisos y acríticos la privación de derechos (trabajo, reunión, movilidad) dictada a partir de mediados de marzo. Ahora prima una actitud resignada y solidaria. Horizonte de aplicación, aún incierto.

Nos contiene el miedo a perder la salud, el bien supremo. La situación es incómoda para todos; dramática para muchos. Libertad versus seguridad. Salud versus economía. Estamos en manos dirigentes tan peligrosas como este virus depredador. Una sociedad desarrollada no debería padecer sorpresas mayúsculas del rigor de esta pandemia. Investigación, vigilancia, prevención, previsión.

Si fallan, muere gente. Las instituciones políticas son refractarias ante algo tan evidente como el cambio climático y ante algo tan discreto en origen como la mutación aleatoria de un virus. La gestión política tarda en creérselo. Ignorancia. Soberbia. Incompetencia. Las consecuencias arrollan sociedades. Terapia de choque: autoritarismo sobre democracia. Mejor que un estado de alarma, un estado de emergencia por falta de alarma previsora. La vigilancia epidemiológica ha fallado. Falta de inteligencia o de persuasión. Hace pocos meses mirábamos a China entre estupefactos e irónicos. Subyacía la ingenuidad de que la muralla china contuviera la expansión. La propagación, a velocidad de redes sociales.

El pilotaje principal corresponde a la Organización Mundial de la Salud, dubitativa en sus diagnósticos iniciales. Se financia mediante aportaciones obligatorias (y decrecientes) de casi doscientos países miembros y, en tres cuartas partes, con donaciones voluntarias (incluye gigantes farmacéuticos). Donantes influyentes en actitudes y criterios de la OMS. La cadena de despropósitos tiene otros eslabones: supranacionales (la mal llamada Unión Europea, salvo que intercalemos el adjetivo Monetaria) y la gobernanza central y autonómica, tan austera en inversión en salud pública. Los pastores.