ecuerdo imborrable. Escolar preadolescente comuniqué en casa una iniciativa del colegio para acoger durante vacaciones de Semana Santa a un niño de La Providencia, residencia dirigida por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl junto al edificio del Arzobispado. Todavía mantiene actividad como residencia de jóvenes estudiantes. De familias humildes en algunos casos, era inviable que pasaran junto a sus padres esos días de asueto académico. Mi familia se implicó en la campaña y un chaval de mi edad compartió esos días nuestra vida. Poco más que jugar conmigo en el domicilio. Mis pluriempleados padres no conocían el concepto de escapadas y vacaciones. Esa opción no estaba socializada en aquellos tiempos. Cambio de aires y calor de hogar. Que no es poco. La experiencia fue muy buena. De hecho, quisimos conocer a la familia del niño acogido. Le hicimos una visita en el Pozo del Tío Raimundo, puro chabolismo en el Madrid de los años 60, formado por migraciones internas. Esta sociedad construye la pobreza y, además, la penaliza. Repugna a la sensibilidad humana la criminalización genérica de los llamados menas, menores extranjeros no acompañados. Imputarles públicamente desde la alcaldía de Pamplona un incremento relevante de la inseguridad juvenil en zonas de ocio es una forma grosera de extirpar los votos de la víscera. Una exageración estadística con fines electorales. Una despreciable manipulación. De las 251 medidas judiciales interpuestas el año pasado en Navarra por delitos cometidos por menores, 16 fueron atribuidos a menas. La acogida, la educación, la formación, la ocupación laboral, el acompañamiento, son medidas más inteligentes que la propagación mediática del miedo a su presencia. Difíciles, pero por lo general eficaces. Sus biografías merecen apoyo en lugar de rechazo. Algunos políticos son menas: men(tes) as(querosas). Como Maya. Su reprobación, un cambalache. Esporrín, otra vez en el escaparate del ridículo.