estaba preparando una columna que pudiera solventar un evidente problema: el texto iba a estar enviado y compuesto para la contra del DIARIO DE NOTICIAS horas antes de que acabara de votarse. No tengo entre mis (escasos) dones el de la precognición, y mis deseos no se van a ver cumplidos esta vez, con tanto augurio de que la derecha nos inunda con sus peores formas y más estrambóticos sujetos. Así que me dediqué a bucear en otros pagos y en otros temas sobre los que poder pontificar un poco, como suelo hacer habitualmente. Y me encontré con una historia a la vez triste y sintomática del mundo que vivimos y creamos: en la semana de la moda de São Paulo (que ellos dicen “Fashion Week” como por aquí, con ínfulas pueblerinas, decimos “Wine Lover” para parecer más) vivieron un momento extraño: un modelo se cayó en plena pasarela, mientras la gente pensaba que era parte del espectáculo programado. Ya saben, en los desfiles se presenta todo de forma tan tan exagerada que cualquier sorpresa es, aparentemente, puro show. Pero no, el modelo masculino (me encanta el término: modelo masculino, repítanlo mil veces porque parece crítica a nuestra sociedad, pero en este caso es simplemente un trabajo de un chico que era guapo), decía, el chico murió: avanzó por la pasarela, se giró de esa forma enérgica que saben hacer los y las modelos y cayó. No hubo manera de reavivarle y llegó muerto al hospital o algo así. Terrible: más en un mundo que es todo apariencia y provocación, donde se pretende ser más más que nadie, más delgado hasta lo cadavérico, más extravagante hasta lo patético. Conmovedor mundo donde uno se muere y simplemente sabe que está fuera de lugar. En cierto modo es como la política y esta extraña danza macabra que hemos visto estas semanas. Ah, y la que nos viene ahora en las siguientes.