El otro día vi una publicidad de una marca de carnes ultraprocesadas en la que un tierno infante se estaba tragando una enorme salchicha, un poco como forzando la boca para dar cabida al monstruo, casi mayor que su cabeza. No era un anuncio del enorme peligro que una práctica así puede tener, atragantándolo o incluso asfixiándolo: todo lo contrario, pretendía ser motivador, mostrar que los niños pueden también disfrutar de ese producto alimentario. Por supuesto, ningún nutricionista recomendaría esa bomba calórica y de poco valor nutritivo, pero imagino que cualquier pediatra se quedó pensando que por mucho que intentes convencer a padres y madres de que estén al quite de sus pequeños, llega luego la multinacional con su publicidad y lo manda todo al guano. En los últimos años, es cierto, ha habido un miedo un tanto exagerado con el asunto de las salchichas y las personas pequeñitas, quizá porque cuando un caso pasa (el buscador me muestra al menos cinco muertes por esta causa en la prensa de este año) y aunque algunos grupos de cuidados a la infancia aseguran que no hay solución en el caso de un atragantamiento, eso no es cierto. Pero no es bueno provocar que tu niña se atragante y tengas que practicar maniobras duras para expulsar el trozo de alimento basura. No es la principal causa de mortalidad infantil: más asfixias producen los frutos secos, por cierto, algo que también vemos ofrecer a niños demasiado jóvenes para poder estar seguros de que no lo van a tragar sin más. La cuestión es si merece la pena una práctica de riesgo. Una zanahoria, una manzana pueden ser causa de atragantamiento, pero al menos son alimentos adecuados. Caramelos y demás chuches y, desde luego, salchichonas, no. Y, en todo caso, ¿tanto cuesta cortar el alimento en pequeñas porciones aptas para la niña o niño?