e echaremos la culpa a las ganas que tenemos de movernos, de recuperar los espacios que no hemos visitado en estos meses. Lo consideraremos una reacción ante la sobreexposición a las noticias y los datos. Achacaremos esto que empieza a pasar a que las políticas de trágala y acéptala funcionan cuando el compromiso se riega como una planta en primavera, pero sabiendo que además hay que abonarlo con transparencia y justificaciones. Luego es cierto que los humanos tenemos un tiempo para el compromiso, para la tensión, y luego tendemos a relajarnos, siempre, con todo... ¿Quieren más explicaciones? Ante el apocalipsis que se nos aparecía cuando pensábamos en el futuro ahora está el sol de mayo y el poder escaparse. Los aplausos que rendíamos a quienes han sido esenciales para asegurar que todas las demás personas pudiéramos permanecer seguras en casa fueron los primeros que sucumbieron, el primer síntoma de un olvido que parece ya innegable.

En ese ambiente de desmemoria el que algunos histriones del cuanto mejor peor pusieran cacerolas, banderas y cochazos en marcha para dar mal rollo no es casual, sino estrategia partidista: les viene bien que se olvide de que este primer confinamiento ha funcionado a pesar de lo que auguraban; la confrontación les ayuda a que nadie se fije que quienes más gritan son los que más privilegios acumulaban y más difícil se lo pusieron a las políticas públicas que nos han protegido y nos protegerán, más nos vale.

No olvidemos, sin embargo, que la situación sigue siendo frágil. La exageración y la inmediatez van a provocar que el más pequeño incremento epidemiológico sea amplificado y podemos tener que volver a empezar. No olvidemos la solidaridad, que sigue siendo el mayor valor común que tenemos. Y que aún nos queda mucho camino por recorrer antes de la nueva tranquilidad.