“Por Todos los Santos, nieve en los altos”. Este año, al menos, sí se ha cumplido el refrán. Noviembre se estrenó con nuestras cumbres vestidas de albas galas. El domingo, último día del puente, en Ganboa, en el Aralar ya guipuzcoano, la imponente luz del otoño nos regalaba con una panorámica de 360º en la que, además del mar donostiarra, con sólo girar la cabeza distinguíamos los Pirineos, los Picos de Europa y los montes del Sistema Ibérico, cada cual con su correspondiente manto blanco. Este último fin de semana, al menos en nuestras sierras, apenas quedaban algunos jirones. Un estudio cuyos resultados se hicieron públicos ayer nos revela que, de continuar el actual ritmo de calentamiento, la nieve habrá disminuido en un 50% en el Pirineo en solo unas pocas decenas de año. El tráfico invernal lo agradecerá, sin duda. Nos ahorraremos los atascos de fin de semana en San Miguel y en Artesiaga. Para todo lo demás será un considerable desastre que cambiará a peor nuestra forma de vida y las condiciones de habitabilidad del entorno. Habrá menos agua para boca y riego. Más erosión. Más deforestación. Menos especies autóctonas. Más especies invasoras. Sin hablar de las consecuencias directas en la economía de la zona. Por lo que se refiere a la industria de los deportes de invierno, las pistas de Abodi, en Salazar, pueden ser pronto un recuerdo. Como lo serán las de Mata de Haya y las del Ferial, en Roncal. Es bastante probable que la única forma de que nuestros nietos y nietas participen en una Semana Blanca sea de forma virtual, como juego de ordenador diseñado por nuestro Departamento de Educación. Mal momento han escogido las osas eslovenas para venir por aquí a pillar. Dentro de poco ni ellas van a querer estar en este secarral que nos anuncian. ¿Dónde coño andan Esparza y Beltrán que todavía no le han echado la culpa a Barkos?