desde el sábado Pamplona tiene un gobierno de personas normales. Es la definición del propio Enrique Maya, de nuevo alcalde y victorioso líder del chisporroteante movimiento. Desde que Hannah Arendt escribiera Eichman en Jerusalén, cualquiera se lo piensa dos veces antes de definirse a sí mismo como “normal”. Cualquiera, menos nuestro recuperado primer edil. La filósofa judía, sorprendida de que la mayoría de los segundones nazis, culpables de actos horrendos, se definieran a sí mismos como “personas normales”, llega a la aterradora conclusión de que es la mayoría social la que colabora y permite que se lleven a cabo los mayores crímenes. “Yo sólo cumplía órdenes”, se defendía Eichman ante sus jueces. La persona que se ve a sí misma como normal es incapaz de cuestionar nada que le venga de arriba, y siente como naturales su inclinación a la genuflexión y la reverencia. De eso, Maya, sabe cantidad. De hecho, su carrera política comienza cuando, al frente de la Gerencia Municipal de Urbanismo, defiende públicamente el ático de su jefa, la entonces alcaldesa Yolanda Barcina, contribuyendo a que quedara sin reproche una actuación por la que cualquier otra persona avecindada en esta ciudad hubiera sido sancionada sin piedad por el Consistorio. Lameculismo en estado puro. Maya se ha retratado de nuevo dando cuenta de las tres primeras cosas que pensaba hacer tras convertirse en alcalde: recuperar el nombre del Ejército para la Avenida Catalina de Foix, aumentar el tamaño del retrato del actual monarca y volver a exhibir el del rey emérito. No aclaraba si sería la foto de la cacería de Botswana, la que aparece descojonándose con los saudíes después de haber pactado comisiones o la de alguna noche loca con su amante a cargo de los presupuestos del Estado. Qué miedo, la gente normal cabalga de nuevo. De ese fenómeno llamado Esporrín hablaremos otro día. Otra persona normal, supongo.