si Sánchez basaba sus cálculos electorales pretendiendo dar una imagen de hombre de Estado por su gestión de la crisis catalana, ese tiro le ha salido ya por la culata. La respuesta del Govern a la sentencia sobre el procés no ha sido lo suficientemente “rebelde” como para justificar, ni siquiera ante la domesticada opinión pública española, medidas como el 155 o la Ley de Seguridad Nacional. La revuelta callejera sin responsables visibles ha pillado al presidente en funciones a contrapié y sin capacidad de respuesta, y en testosterona verbal españolista siempre le ganarán los tres mosqueteros de la derecha. Las imágenes suyas saliendo por patas de un hospital barcelonés perseguido por el personal sanitario al grito de “llibertat presos polítics” son ya un baldón en su carrera política. Después de pifiarla en Catalunya, Sánchez no podía hacer lo mismo con su otra gran baza para esta campaña. La exhumación de Franco debía de mover a su favor los vientos de la izquierda. El acto, que iba a ser “discreto”, acabó en show televisivo, con los familiares del carnicero de revival franquista en vivo y en directo. ¿Nuevo fracaso de Sánchez? Quizás no. Ayer salieron los datos. El reality de los Caídos ya tiene sus beneficiarios: Vox, sobre todo, que sube en intención de votos, y algo menos el PSOE, que recupera un poco su caída. Misión cumplida. El desahucio del ocupa de Cuelgamuros no era sólo una estudiada caricia a la memoria histórica del antifranquismo. También se trataba de agitar el avispero emocional del facherío hispano. Es muy simple: cuando más suba Vox menos lo hará el PP. A más votos de la extrema derecha menos escaños para los populares. Se quejaba ayer Casado: entre el PSOE y Vox les están haciendo la pinza. Pobre Pablo, tan escandalizado por una maniobra tan vieja como la política. Ojalá no acabemos pagándola todos.