Tras 25 años en los escenarios, Berri Txarrak se despidió este fin de semana en Pamplona, y lo hizo a lo grande, reuniendo a 22.000 personas en el Navarra Arena, en los dos últimos conciertos de su gira de despedida. Han sido más de 60 actuaciones a lo largo de un extenuante 2019 que ha llevado al grupo de Lekunberri por toda la geografía del Estado, las principales ciudades europeas, Estados Unidos, Latinoamérica y Japón, además de todas las capitales vascas. No eran lugares que no conociesen ya. De hecho, Urbizu y los suyos llevaban muchos años saltando por encima de fronteras políticas y lingüísticas sin dejar de hacer rock de calidad y de hacerlo en euskera. Curiosamente, algunos medios de comunicación de la Comunidad Foral no han parecido enterarse hasta este año de cuál era, con mucho, la banda navarra más internacional, como no fuera para hacerse eco de los boicots e intentos de prohibición de algunos de sus conciertos en el Estado. Porque también Berri Txarrak, la banda navarra más conocido fuera de las fronteras forales, ha contado durante estos lustros con un largo historial de persecución y censura por parte de gentes a las que no gustaba ni lo que cantaban ni la lengua en que lo hacían. Pero no hay mal que cien años dure. El éxito de sus últimos conciertos en los últimos meses en Madrid y otras ciudades españolas ha tenido algo de desagravio por la mierda que han tenido que aguantar de parte de cierta prensa y ciertos sectores ideológicos. Con la intención de hacer un alto en una carrera musical a la que nadie duda que darán continuidad de una forma u otra, los Berri salían el sábado por la puerta grande, tras muchos miles de kilómetros y un cuarto de siglo de existencia. El mismo tiempo que, un día antes, parecía retroceder el Ayuntamiento de Pamplona en el tratamiento que da a sus ciudadanos euskaldunes. Maya y Esporrín creen que sí, pero tampoco ese mal durará cien años.