os primeros ciervos que recuerdo en Pamplona son los del baluarte del Redín. Mis hermanos y yo los contemplábamos desde el Caballo Blanco, a donde nos llevaban nuestros padres después de la misa en euskera de la calle Salsipuedes. Para finales de los 60 ya solo quedaban los de la Taconera, donde luego se procedió a la introducción sucesiva de diferentes especies avícolas hasta conformar el gallinero actual. Entre medio desaparecieron los gamos, no recuerdo por qué, y fracasó el experimento del jabalí, abatido a tiros por la Policía Municipal cuando intentaba escapar del encierro al que habían intentado someterlo. Hoy en día, las anátidas prosperan, mientras la manada de cérvidos languidece sin macho alguno que asegure el futuro de la misma. Una propuesta socialista para introducir algún ejemplar que atienda a las ocho hembras que quedan acaba de ser rechazada por Navarra Suma, que se ha mostrado partidaria de acabar con el minizoo de la Taconera. No entiendo las razones de estos concejales. Igual, de críos, sus progenitores no los llevaban "a ver los patos" y ellos tampoco han familiarizado a sus retoños con esta y otras especies que habitan el lugar. Es indudable que donde mejor están los animales salvajes es en el monte, y que el foso contiguo a Antoniutti se parece poco al Irati o a Quinto Real. No creo, sin embargo, que sea el peor sitio del mundo para que paste en semilibertad una manada de ciervos que, a su vez, pueda ser admirada por la ciudadanía. Si es verdad que existe superpoblación de aves, basta con surtir un poco a las pollerías locales. La Taconera lleva siendo muchos años uno de los lugares más atractivos de Pamplona para propios y extraños. Algo que, entre otras cosas, se debe a su minizoo. Por una vez que el PSN de Esporrín pide algo sensato, va y lo rechazan. Yo no me resigno a ir a pasear con mi nieta y encontrarme un foso desierto.