Hay niebla cuando me siento a escribir esto y parece como de encargo, pero no deja de ser una coincidencia porque es tiempo de que empiecen las nieblas. Entenderla como una adecuación de la naturaleza a mi interior destemple es de un romanticismo friki hasta más no poder, pero sería tonto no reconocer que tienta pensar que el cosmos le da likes a una de esta manera. ¿De dónde esta desazón? De mi asistencia al Congreso Internacional sobre Violencias Sexistas. Un congreso, por definición, es una propuesta variada, unas cuantas ventanas que se abren sobre paisajes más o menos conocidos bien para mirarlos detenidamente, bien para cuestionar la mirada habitual, bien para integrar más miradas. Unas cuantas personas miramos hacia donde nos propusieron otras y en mayor o menor medida nos reseteamos. ¿Avanzamos? Seguramente. Hay muchas personas creando conocimiento y difundiéndolo, desmontando lugares comunes y poniendo disciplinas en relación para comprender mejor una realidad en la que confluyen factores múltiples. Persona en latín significa máscara. Y es curiosa la adecuación de la realidad a la etimología. Son muchas las ocasiones en que cuando utilizamos la palabra persona hay un deseo de ocultación. De la identidad completa o al menos de una parte de ella, muchas veces del sexo. ¿En qué quedamos? ¿Avanzamos? Pues sí, pero de aquella manera. Si nos quitamos las máscaras, resulta que la inmensa mayoría de las personas que asistimos al congreso éramos personas mujeres, seres que estadísticamente padecemos más que infligimos este tipo de violencias. No abundaban las personas hombres. De hecho, escaseaban las personas hombres docentes, las personas hombres amigos, compañeros, jefes, novios, maridos, padres, las personas hombres trabajadores y educadores sociales, las personas hombres juristas, las personas hombres curas, las personas hombres creadores y difusores de opinión, las personas hombres psicólogos, las personas hombres juristas? De ahí mi desazón.