Al principio no lo percibí, pero desde hace mucho tiempo me sienta mal y últimamente más. El cáncer nos ha hecho sufrir mucho y seguirá haciéndolo. Hasta ahora no lo había comentado porque quienes usan la palabra como metáfora de todos los males -la corrupción, la pobreza, el paro, las drogas o el calentamiento global- están en su derecho y lo hacen sin ninguna mala intención. Por otra parte, no me engaño, es muy incómodo decir a alguien que está hablando y que nos mira: “Perdón, pero cuando usas esa palabra para señalar lo peor de lo peor me siento fatal, preferiría que emplearas otra”. En el marco de una charla informal, esas pocas palabras abren la entrada a malestares que nadie desea y pueden dar al traste con la tarde o con la simpatía que nos teníamos. En un escenario formal el silencio sería aún más denso.

Puede pasar que la persona aludida se deshaga en justificaciones y no pretendemos eso. La palabra estaba ahí, a su disposición y la ha usado. Solo queremos que sopese el efecto de emplearla así ante personas que tienen cáncer o que quieren a otras que lo tienen o lo han tenido. En su frase esa palabra suena tan destructora, tan sin salida y es tan ¿equivocado? comparar una enfermedad con otros fenómenos? Además, es como si la negatividad moral que encierra la palabra en ese contexto contaminara a las personas enfermas. Así lo siento cuando se emplea. Puede también que la persona aludida piense que corregimos su estilo comunicativo y aflore el ego. Las personas tenemos facilidad para sentirnos heridas y reaccionar de forma exagerada. O puede que lo entienda.

Otras palabras como autista y bipolar también han llegado al lenguaje coloquial como meras exageraciones para calificar conductas y desinforman y frivolizan. No me gusta.