Romipen, de Helena Bayona, es un cortometraje proyectado en el Festival Internacional de Cine de Navarra que recoge las reflexiones que realizan a cámara siete mujeres gitanas. La cámara se les acerca, las retrata en su trabajo, en un bar, en su casa o paseando por el campo y de vez en cuando se aleja para sobrevolar o constatar ciudades y pueblos. Así, se centra en la identidad de las mujeres y sugiere por omisión (entre ellas y las tramas urbanas se obvian los entornos a pie de calle, no se contemplan las diferentes relaciones de las protagonistas) la complicada inserción de las personas en nuestras sociedades. Fui a verlo porque conozco a una de sus protagonistas, Ángela, y a través de ella he empezado a poner cara a las mujeres gitanas que realizan un doble cuestionamiento, por una parte a la comunidad gitana (¿cómo la adjetivaríamos: primaria, original?) y por otra a la comunidad no menos suya (sí, paya, pero también más) que forman con el resto de la ciudadanía. Porque la identidad personal es la suma de sucesivas capas con nombres sucesivos y estas mujeres son tan gitanas como de su pueblo o su ciudad y como algunas identidades suelen encontrar más problemas que otras para simplemente ser, estas mujeres trabajan para que las suyas y sus proyectos vitales quepan y crezcan en esas dos comunidades, en las que decir gitana conlleva en la mayor parte de los casos la asociación automática de un repertorio de cualidades, ocupaciones, espacios y conductas previsibles y restrictivas. No hay una sola manera de ser gitana no hay una sola manera de ser mujer y no hay una sola manera de ser feminista, afirma una de ellas, otra dice que igualdad es que la traten igual que a su hermano. Más claro, agua.