Llevo prenavideña desde el 17-N. No todo el rato, mi estado traza una horizontal más o menos domesticada que podría confundirse con la normalidad pero que cada tanto se eriza con picos que se encabritan y me desestabilizan. El 17-N repartimos las papeletas del amigo invisible, que está muy bien y a mes y medio vista te permite organizarte y todo eso. No lo discuto.

Hace años colocamos un folio en la nevera de M donde se podía dejar constancia de que querías tal libro, tal juego o tal cosa con cables. Incluso llegó alguna carta como las escritas a los Reyes. Yo soy partidaria de comunicar qué quiero si lo sé, por facilitar y para que me guste o al revés. Luego el WhattsApp sustituyó al papel aunque difícil decidir si eso es bueno o malo en términos climáticos, es como la disyuntiva de secarse las manos con un chorro de aire o con toallitas de papel, no está tan claro.

El 22-N mi amiga se visibilizó y dijo que casi mejor que me comprara yo el regalo. Vale, contesté, y desde entonces pago la factura de ubicar en mi persona a efectos prácticos regalada y regalante. Como ambas, quiero acertar y como regalante comisionada no quiero disparar el precio así que pensé comprar el Black Friday, pero para eso debía dedicar un tiempo a buscar una chaqueta, que es lo que ya no sé si quiero dado que me he pegado una semana con la preocupación tonta y los nervios más imbéciles todavía de encontrar la prenda que igual me regalan/regalo dentro de mes y pico aunque andaba fatal de tiempo para ir por el mundo de probador en probador.

Vi la luz y paré. Ya veré qué me regalo/regala mi amiga invisible. He decidido no tener prisa.