omo siempre que hay una crisis, los efectos para hombres y mujeres son diferentes. Los datos de la última EPA, malos globalmente, concentran su afección negativa en los sectores peor posicionados y junto al dato negro del paro juvenil, las mujeres soportan las tasas más altas de abandono del trabajo remunerado por la imposibilidad de compatibilizarlo con los cuidados y por su mayor presencia en sectores precarizados.

Tres cuartas partes del trabajo a tiempo parcial lo realizan mujeres, aunque la mayoría desearía jornadas completas. El argumento de que así pueden estar más con los críos se viene cayendo hace tiempo. Y más que se caerá, porque, ¿cómo se van a plantear las jóvenes tener hijos con este panorama? ¿Vamos hacia un país donde esta sea una posibilidad remota al mismo tiempo que ya 1 de cada 3 niñas y niños está en riesgo de pobreza o exclusión social? Un país que se perfila en los extremos. Nada alentador.

Las sociedades funcionan como sistemas y la seguridad laboral de las mujeres incrementaría la natalidad. O se abordan todos los frentes de forma global o los nuevos permisos de paternidad de 16 semanas van a tener un éxito más que limitado y no contribuirán al reparto de cuidados y al mantenimiento de las vidas laborales de las mujeres en la medida que era su objetivo. ¿Qué padre va a cogerse el permiso entero cuando en un número significativo de casos su pareja trabaja menos horas que él o directamente ha salido del mercado laboral?

Se habla mucho del techo de cristal, esa barrera invisible que frena el ascenso laboral de las mujeres, y poco del suelo pegajoso, las inercias sociales y familiares que impiden a un amplio contingente de mujeres despegar. La mayoría no aspira a puestos de dirección, sino a trabajar decentemente.