arias sepias han superado un test de autocontrol diseñado para humanos. Para humanos pequeños. El objetivo del experimento era comprobar si las sepias pueden postergar la gratificación, es decir, renunciar al beneficio rápido si el beneficio más tardío se percibe superior. Las sepias, además de peces, caracoles y babosas marinas, comen cangrejos, pero lo que les pirra de verdad son las gambas. Y para saborearlas aguantaron como jabatas y salivando retrasos de 50 a 130 segundos desdeñando la oferta de cangrejos. Controlan sus impulsos estas sepias, no son de pájaro en mano, pero a nadie se le ocurriría llevar sepias a los fosos de la Taconera por más que constituyen un aviso contra el cortoplacismo.

Sí que seguirán frecuentándolos como visitantes, no como inquilinas, las urracas, las únicas aves que se reconocen en un espejo y sienten emociones complejas como el dolor, tal vez porque han soportado la injustificada reputación de ladronas. De tal infamia las libera un estudio de la Universidad de Exeter que demuestra que a las urracas los objetos brillantes les dan repelús si no susto y que evitan acercarse a ellos, así que como para ponerse a robar, las pobres. Un ejemplo impagable de desprecio de las vanidades.

Los animales son cosa seria. Tiene que haber razones muy poderosas para sacarlos de su entorno y de su cadena trófica, de donde comen y son comidos. La protección de las especies en riesgo y la investigación parecen las únicas que se sostienen. La exhibición por sí misma, pues no sé yo, tiene algo de depredación, ¿no? Los ciervos del minizoo irán desapareciendo. ¿Lo entenderán, quiero decir, se darán cuenta de que no tienen futuro aunque durante un tiempo nazca alguna cría? Pienso en el último ejemplar que sobreviva. Tendrá los ojos de ciervo más tristes del mundo.