s decir vacaciones e imaginarme un tiempo largo. Me pasa que esa palabra mantiene resonancias infantiles y acumula tardes de calor inclemente, grillos, ríos con agua helada ydedos arrugados, olor a cloro y voces llamando por megafonía a fulanito o fulanita para que acudieran a recepción. Por regla general nunca lo hacían a la primera, tal era la concentración con que debían de entregarse a lo que fuera que estuvieran haciendo. Había un libro de lectura escolar, El pájaro verde -rastreando veo que se editó en 1967-, protagonizado por los Pin, una familia que llegado el verano se planteaba si ir al mar o a la montaña. Los Pin resultaban algo afectados y poco espontáneos, aunque es justo reconocer que muy educados. Cuando leíael libro pensaba que los Pin no eran de Pamplona ni de cerca, el mundo era pequeño entonces, porque si lo hubieran sido no habrían dicho ni la montaña ni el mar, sino el monte y la playa.Lo cierto es que el autor escribía como hablaba el locutor del NO-DO.

Si vuelvo al presente y a los datos, la última encuesta de condiciones de vida del INE, de 2020, dice que el 36 % de la población no replica la disyuntiva de los Pin porque no puede costearse una semana de vacaciones al año, un hecho que sucede en un país en que el turismo tiene un considerable peso en el PIB y una notable capacidad de ocupar los telediarios.Deja mal cuerpo el dato. No parece que este año hayan mejorado tanto las cosas como para cambiarlo sustancialmente, aunque la tendencia antes de la COVID era positiva, en 2013 el porcentaje era del 48 %.

Así que, donde sea, como sea, que estos meses les vaya bien, que descansen, que tengan buena compañía.