vaya por delante que no es necesario tener hijos para entender la desesperación de los padres de un chiquillo con unas de esas enfermedades raras que provoca terribles distrofias musculares. Cualquiera puede comprender la angustia que vive la familia de pequeño Izan, el niño tudelano para el que sus allegados reclaman al departamento de Salud la financiación de una carísima medicina en la que tienen puestas sus esperanzas. Saben que es difícil salvarlo, pero creen que ese producto -aún en fase de confirmar resultados aunque se está utilizando en varias comunidades- ayuda a ralentizar el proceso degenerativo y esa esperanza les vale. Por el contrario, la Administración navarra insiste en que el fármaco no es eficaz y puede tener efectos secundarios. Algunos partidos e instituciones se han puesto de parte de la familia de Izan, imagino que por razones variadas, y el consejero de Salud reconoce que, desde un punto de vista político, le hubiera resultado fácil autorizar el medicamento pero que, como médico, no puede prescribir algo en lo que no cree. La ciencia, los intereses farmacéuticos, la empática social y una devastadora enfermedad que tiene rota a una familia se entremezclan en un ovillo casi imposible de desenmarañar mientras la enfermedad avanza.