Para miles de pamploneses, Jarauta es una calle tan evocadora como lejana. Esta vía en forma de L permanece ligada a la memoria de los Sanfermines de juventud, como la primera tierra libre repleta de locales de peñas donde las noches de julio pasaban felices y rápidas. Y cuando terminaban las fiestas, retornaban las voces de los vecinos, los cuatro bares de siempre con sus parroquianos y poco más. La ciudad la dejaba sola y así, abandonada en la esquina que le tocó en el mapa, ha estado muchos años hasta el punto de que, cuando la entibadora pasó por el Casco Viejo, no entró en Jarauta y aún tardaría años en ver adecentada su calzada.

Con decenas de inmuebles en ruina y abandonados, en esta calle -y en su paralela Descalzos- se han ido colando ocupas (con c, no con k) que utilizan algunas viejas casas para el tráfico y consumo de drogas. Ahora, a los vecinos les ha tocado bregar con los narcopisos y el deterioro de la convivencia a modo de broncas, denuncias de violación, palizas y miedo. Por ello, cada tarde manifiestan frente a los edificios ocupados su radical rechazo a la presencia de esta gente y su rabia porque el juzgado no acelere la petición de desalojo solicitada por el Ayuntamiento hace meses. Jarauta, tan querida para algunos como remota para muchos.