Con tanto confinamiento, la palabra de moda no podía ser otra que salida. Resulta una elección lógica tras siete semanas encerrados y, de hecho, últimamente todo es salir: cada día más enfermos de coronavirus salen curados hacia sus casas tal y como les ha ocurrido a la primera paciente diagnosticada en Navarra, que por fin ha conseguido el alta hospitalaria, y a los últimos ingresados en el Hotel Iruña Park. Pasado más de un mes de aislamiento al cuidado de sus abuelos, también salió parte de la plantilla de la residencia San Jerónimo y qué decir de la salida en masa de la chiquillería, ansiosa y feliz por pisar de nuevo las calles y el verde.

Usando el mismo término, dice la presidenta Chivite que su Gobierno no quiere el modelo de salida de la crisis de 2011 y, en otro orden de cosas, el Ayuntamiento de Pamplona ha prohibido salir a tres trikitilaris por la Txantrea. Pero, en mayúsculas, salimos ayer sábado. Asomada a mi balcón, la falta de costumbre me llevó del espanto, al ver a tanta gente que iba y venía, a la sonrisa mientras contemplaba a corredores con nulas facultades, ciclistas a los que no les faltaba detalle y marchadores briosos por el asfalto con bastones de montaña. Junto a ellos, otros transeúntes sin tanta tontería, felices unos y otros de salir al fin.