a última discusión del chat familiar ha tratado sobre si fue una vergüenza, una borregada comprensible o la cosa más normal del mundo el recibimiento que algunos dieron al fin de las restricciones en varios locales de ocio de Pamplona. No es de extrañar que tengamos pareceres diferentes. La nueva normalidad es acogida con desigual calor y mientras unos la abrazarían hasta estrujarla, otros no las tienen todas consigo y arrastran sus temores. El covid y sus olas han dejado una pátina de desconfianza en parte de la población y así mucha gente sigue caminando por calles solitarias con la boca cubierta, incapaz de entender que hasta ayer todo eran prohibiciones y hoy, sólo meras recomendaciones. Quienes enfermaron o vivieron la muerte de cerca, aquellos que por mil circunstancias se sienten aún vulnerables pueden traducir los brincos de las discotecas y bares como una indignante locura de insolidarios -más aún cuando estos recintos se han llenado de gentes que, por muy pegadas que estén, ni a la de tres llevan mascarillas-. A la par, no son pocos los que necesitan exorcizar los últimos 18 meses, anhelan vivir como antes, se comerían el mundo a mordiscos... Ambas partes vienen cargadas de razones y lo dice alguien que se conforma con ver de nuevo parroquianos acodados en una barra.