os recuerdos personales son eso, personales y cualquiera corre el riesgo de resultar cansino si no ata corto a la nostalgia y se dedica a dar la murga a diestro y siniestro con sus sentimientos de pena por la pérdida de algo querido. Lo sé, pero seguro que somos legión quienes pasamos media infancia en el parque de la Media Luna; muchas horas en sus bancos, que si merendando, que si echando una siesta, que si junto a nuestras madres cuando nos castigaban... Hace un tiempo me fijé en ese mobiliario urbano -a mi parecer, el más cómodo del mundo- y sin necesidad de pasarle la mano era obvio que exigía urgentes reparaciones. Pensé en lo bonitos que eran esos asientos, tan acogedores, soportando hasta ahora el peso de los ancianos de la zona y me recordé sentada, con el abrigo bien cerrado y más a gusto que en brazos. Pues no, va el Ayuntamiento de Pamplona y sustituye este pedacito de historia local, obra de la mítica Casa Sancena, por otros bancos medio metálicos y con pinta de muy poco confortables. Para más pena, ni se han molestado en desmontar los viejos con cuidado y han optado por serrar las patas al tuntún. Cuánto mejor hubiera sido conseguir uno de ellos en subasta pública para volver a acurrucarnos en la curvatura de la madera y hacernos un ovillo como de niños.