El viernes pasado hizo ochenta años del fallecimiento, ya en el exilio, del poeta Antonio Machado; ayer, treinta y ocho del intento de un golpe de Estado de cabeza difusa, pero cuyo bigote más visible fue el de Tejero, quien dicen que dijo haber actuado a las órdenes del rey, cuyo hijo acaba de darnos una lección no pedida de democracia y su íntima relación al respeto a las leyes.

El maestro de teoría y práctica democrática podría ir a dar esa misma lección a alguna convención del partido que estuvo en el Gobierno mientras se practicaba el mayor saqueo que ha conocido este país desde el fin del franquismo al amparo de la democracia y la defensa a ultranza de una Constitución cuyas normas elementales han sido burladas de manera impune y reiterada. Pero no, la lección iba dirigida a los independentistas catalanes y adheridos. Empieza a estar muy claro cuál es el papel de la monarquía en España y cuál el alcance de esa frase que parece hueca y está llena de plomo: “ser el rey de todos los españoles”... de todos los españoles que piensen y actúen como quieran aquellos que a mí me sostienen. La disidencia republicana queda excluida.

No hemos oído al monarca referirse a la petición de la ONU de parar los desahucios de viviendas practicados un día sí y otro también con muros policiales en beneficio de especuladores que encarecen la vida y dificultan la de varios millones de ciudadanos... que sí, que ya sé, demagogia, cosa de podemitas y de rojos y de bolivarianos contra los que en ocasiones de fervor patriótico callejero se han alzado voces golpistas, de revancha violenta, de sometimiento, al margen de la legalidad vigente -tantas veces invocada como aro de cigarro puro en el aire-, contra los que no tienen otro poder que el de las urnas y las actas de diputados.

No creo que sea posible ahora mismo un intento de golpe de Estado reaccionario como aquel, en la medida en que todos los centros de poder efectivo están en manos o controlados desde la muy leve sombra por aquellos que podrían beneficiarse de un golpe violento de Estado. Por lo menos de eso nos hemos librado, aunque no del control exhaustivo y de la represión de cualquier disidencia que acompañaba a los golpes de Estado tradicionales con soldadescas diversas y policías. No sé si, como dicen, la democracia será sólida, la que sí es sólida es la clase político-financiera que a su sombra se enrique de manera asombrosa y en la práctica gobierna.

Que políticos que se han negado a condenar el franquismo y su consecuencias se hayan aprovechado de la triste efeméride y echen mano de la figura del poeta Antonio Machado, y algo menos de sus versos porque no los conocen, es una de tantas indecencias a las que a diario asistimos. Pablo Casado es un indocumentado mayúsculo que navega en una nube de desvergüenza en el escenario de este guiñol de cuatro perras, y junto a él todos los que le han perdonado la vida al poeta republicano por serlo, algo que se toma poco menos que por un pecadillo no de juventud, sino de senectud en su caso. Nadie asume ser de la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, que exorcizó Machado en sus versos y que hemos visto desfilar estos años entre ángeles aparcacoches y bultos de vírgenes condecoradas. Al contrario, a liberales y anchos de miras y poseedores de ilimitada capacidad de acuerdo no nos gana nadie. A nadie le ha helado el corazón una de las dos España del poema de Machado, esas que ahora mismo están cada una en su trinchera -y la que se reputa tercera, también- intentando hacerse con el campo de minas de un país por reconstruir en derechos elementales y llevarlo a la práctica o hacer de él un negocio mayúsculo poniendo por completo sus servicios en venta, redactando una nueva Constitución reaccionaria y etcétera. A amenazas de reformas regresivas no les gana nadie.