En este siniestro parque temático o de atracciones que es la política nacional, hace ya tiempo que los espadachines voceras saltaron a escena con sus cucamonas, y sobre todo pertrechados con nutridas panoplias no de sables y floretes, sino de embustes groseros y maliciosos, bravuconerías y desplantes de majos, que vienen a ser lo mismo. Aspirantes, meritorios, hombres de mano, primeras figuras de la industria política... Unos tiran a dar, enzarzados ora con este, ora con el otro, mientras otros parece que lo hacen en el vacío dirigiéndose a su público con la seguridad de que este va a aplaudir sus figuras de matasietes y a pasearlos luego en triunfo por la feria cuando consiguen sin demasiado esfuerzo el título de capitanos Spavento de la Valle Inferna.

En esa revista de guapetones y camorristas del negocio de la política, la inefable Cristina Cifuentes tiene algo de espadachina estrella. No se rinde. Cuanto más la acosan con verdades como puños y hechos de dominio público que en buena ley no necesitan prueba, más se defiende atacando. Siempre en guardia. Ahora mismo, la fiscalía le pide tres años de cárcel por su máster, pero ella, cuando el Partido Popular se desentiende de su caso, pide la baja temporal en el mismo aludiendo a oscuras maniobras de derribo y confiando mucho en la justicia; y hace bien, como es costumbre, porque vete a saber lo que puede suceder con la justicia de por medio. Lo mismo el resultado le da pie a poner alguna de las querellas florete a las que es tan aficionada.

Es la misma justicia que no inquieta ni de lejos a otro masterizado, Pablo Casado, que en cuestión de títulos académicos, ridículums vitae, patrañas, ignorancias supinas propias de un indocumentado y estupideces de carcajada es un auténtico maestro de esgrima en este ballet de todos contra todos; pero ahora mismo Casado es el adalid de la tropa pepera en el intento de asalto al gobierno de la nación, y por lo visto es intocable. Asombroso, pero mucho más en otro país que en este. Sus estocadas, que reciben regulares raciones de bastonazos, hacen pensar en si lo suyo en vez de cosa de másteres, no será de EGB. Pero eso no quita para que este Cid resucitado (papelón en disputa) siga dando mandobles contra gigantes, odres de humo, banderas y espejos, por mucho que a cambio reciba serios coscorrones. Impertérrito, oiga, inasequible al desaliento, a lo suyo, un disparate detrás de otro: ¡En guardia! ¡Adelante!... El ¡Alto! viene acompañado de un mamporro que sus seguidores aplauden creyendo que es un triunfo.

En ese sentido, la Cifuentes es todo un modelo de nuestra rabiosa actualidad, pública y por contagio, también privada: la denegación, la patraña con aplomo, el hábil escamoteo, la mentira descarada, pero eficaz... una esgrima a la que asistimos descreídos, aburridos y cada vez menos indignados, que esa es la cuestión. Entre unos y otros, no nos tienen el menor respeto. Solo somos espectadores, y de pago encima, por mucho que creamos que es gratuito.

Y mientras unos y otros se propinan estocadas poco limpias, con mucho humo a los ojos, la Agencia Nacional del Medicamento no puede suministrar algunos absolutamente necesarios para los pacientes de hospitales públicos. Claro que esto es menos entretenido que los asaltos, estocadas y derribos del juicio del procés en el Tribunal Supremo, o que las andanzas del juez filofranquista que impide de manera ideológica y trapacera la exhumación del dictador. Y junto a ello, el sangrante asunto del acceso a la vivienda y otros concordantes de los que no se habla o no como se debiera. Yo no veo aquí rasgados de vestiduras. Se ve que los berridos patrióticos tienen un imponente poder de escamoteo de molestas realidades. Todo sea por la patria, por la lengua y por la raza, que con seguridad van a arreglar el descalabro de la sanidad pública, la propagación de condiciones de trabajo indignas y poner remedio a la quiebra de un elemental sentido social de bienes y derechos fundamentales.