I. Que las votaciones de hoy pueden cambiar el panorama político, ensombreciéndolo o dándole un empujón de necesarias reformas sociales, queda para mí fuera de toda duda. El riesgo de una deriva autoritaria hacia la extrema derecha es serio. Esa derecha radical con trazas reaccionarias y sobre todo autoritarias ha venido estableciendo sus bases en los últimos años y no todo lo que hace es ruido. Baste recordar el gobierno de Rajoy y su Mordaza que inició una represión en toda regla de todo lo que signifique disidencia y que amenaza con derribar el estado de las autonomías y los partidos nacionalistas so pretexto de perseguir el secesionismo. El asunto puede ir a peor si en lugar del águila de Patmos del franquismo acaban poniendo en su bandera la cabra legionaria. Lo digo porque nunca había paseado tanto esa cabra como seña de identidad ideológica como en los últimos años. Asombra que unos programas políticos estén basados en francas amenazas y en revanchismo violento, por no hablar de la guerra sucia que ha supuesto la policía política y sus derivas y consecuencias. Resulta cuando menos preocupante la simpatía policial hacia la extrema derecha. La represión y el recorte de libertades civiles como forma de gobernar. Habrá que empezar a hablar de «golpismo democrático».

II. «¿Ya acabó usted de mentir? Ahora me toca a mí», dijo Rivera en el debate del otro día, antes de empezar con sus patrañas, aplaudidas no por sus seguidores, sino por sus secuaces y cómplices, para terminar saliendo de escena haciendo gestos macarriles impropios de alguien que quiere gobernar, pero que son su más expresivo autorretrato. Se mostraron tal y como son, pero eso no impide que cuenten con votos de ciudadanos a los que la mentira de sus gobernantes no les importa nada, al revés parece que disfrutan de abusos, corrupciones y falsedades pasados, presentes y por venir, y hacen de ello bandera. Los nostálgicos del franquismo acusan de franquistas a sus enemigos políticos de conveniencia, del mismo modo que los franquistas inventaron la «justicia al revés». No solo se apropian del patriotismo, sino de la democracia, encarnándola en exclusiva, echando a rodar dogmas patrióticos con ocasión de la «cuestión catalana» y del juicio al procés sin los que no sabrían qué hacer.

III. «¿Cómo es que Navarra está gobernada por Jeroabai? », me preguntaban en Madrid el otro día, en tono de alarma y escándalo, como si los actuales gobernantes carecieran de legitimidad para gobernar.

«Pues por los votos», le contesté a mi interlocutor, porque de votos se trata, no de otra cosa; esos votos que son válidos para los míos, pero no para los que no lo son.

Es inútil intentar disuadir a gente que piensa que sus adversarios políticos, convertidos en enemigos irreconciliables, no solo no tienen derecho a las tareas de gobierno, sino que cuando está en sus manos es gracias a la violencia o a los votos «de la ETA».

Solo así se explica que haya ciudadanos que voten como doctrinos a quienes quieren arrebatarles con auténtico descaro su régimen foral, que hasta ayer era para ellos sagrado e intocable como un Grial. Porque lo más alarmante es la pachorra con la que lo dicen.

Y IV. Navarra, Navarra? resulta asombroso lo mucho que saben y la soltura con la que pontifican de una tierra, sus habitantes, historia e instituciones quienes no la han pisado y no la conocen ni de lejos. Claro que los sermones de quienes la han pisado a mesa puesta y de gorra, son de antología. ¿Qué puede decir de Navarra quien como Vargas Llosa se deja nombrar bodeguero mayor del Reyno? ¿Lo hizo por dinero? En ese caso, estaría bien saber cuánto le pagó el gobierno del barcinato por protagonizar esa mojiganga. Y no solo él, sino que, ahora mismo, una recua de arribistas que operan en los tablados de ruido mediático con la sana intención de hacerse publicidad para sus negocios particulares y de quitarle algo, nos dicen cómo tiene que ser nuestra vida y cómo no, que es mucho decir, la verdad. Y aguántalos, no vaya a ser que te tachen de supremacista, que ahora mismo es una puntilla retórica que puede descabellarte.