No, que están aquí, que los miedos, la amenaza de la muerte cierta, la pobreza silenciada (por veraneo) y el virus no se fueron, están aquí, que sus efectos no son historia, sino presente borrascoso por mucho verano que hay de por medio.

Y con todo ello, sigue viva la amenaza permanente de los maleantes de la extrema derecha, amantes de la camorra, política y callejera. Pueden estar de veraneo, pero de grotesco veraneo rojigualdo, alumbrados de colas de gallo patrióticas y berridos ídem. En su sitio, haciendo guardia junto a las picanas hechas luceros, la extrema derecha y con ella los matones uniformados y sus abusos diarios, xenófobos o no, ampliamente documentados de manera gráfica. Aquí está, que no se ha ido, la alarma por los berridos de franquistas en el seno de las fuerzas armadas, no ya en la oficialidad, sino en la tropa.

Nada se gana con minimizar estos baldones. Unas pocas lecciones de historia vendrían bien. Por ejemplo, hablar del desdén con el que Casares Quiroga recibió una y otra vez los informes de camorra en los cuarteles y en las iglesias con anterioridad al golpe de 1936. Estamos en Europa, sí, pero en Europa crece que es un gusto la extrema derecha golpista, xenófoba, autoritaria y poco o nada democrática. Los tiempos son otros, cierto, pero los medios de tumbar gobiernos socializantes también lo son. Lo digas o te calles, están ahí, y crecen sobre una madre de poca instrucción, insatisfacción y daños sociales. Eran cuatro gatos risibles y ahora son 52 feroces diputados empeñados por todos los medios (poco honrosos casi todos ellos) en el derribo de un gobierno democrático, por mucho que no consigan representación de ningún tipo en algunos territorios históricos por ser sencillamente tóxicos en lo público y en lo privado. Como prueba bastan sus indecentes actos electorales basados en la provocación, el insulto y la busca de camorra, es decir, guapetones y camorristas.

Contra los guapetones, los caballeros de industria y los camorristas alertaba en sus Cartas de Policía el ilustrado alavés Valentín de Foronda, que vivió unos cuantos años en la plaza del Castillo de Pamplona (imagino que en casa de la familia de su esposa, Fermina Vidarte), mientras estuvo condenado a diez años de confinamiento por liberal. Para quien había sido cónsul general en los Estados Unidos y había viajado por toda Europa, aquella pequeña ciudad amurallada de dudoso liberalismo, le debió parecer una cárcel. Fue en Pamplona donde falleció, en la Nochebuena de 1821, cuando todavía Navarra era reino, en cuyas penúltimas Cortes de 1817-1818 colaboró.

Camorristas y guapetones contra plebeyos en campaña, liberales y absolutistas, monárquicos y republicanos, nacionalistas periféricos y nacionalistas centralistas de rojigualda en morro, demócratas y fascistas a la española... una pugna cainita que excede en mucho el bipartidismo anglosajón y que no corre peligro alguno de extinguirse. Aquí de los míos y los otros, pero amordazados y a mi servicio, no salimos. Gobernar equivale a silenciar cuanto se pueda a una parte significativa de la población, el acuerdo, el pacto, la convención parecen estar excluidos por principio.

Fascistas a la española, esto es, el imperio de los señoritos que añoran un país cortijero de amos y de siervos, de limpiabotas y lacayos, el de Los santos inocentes de Miguel Delibes llevado al cine por Mario Camus en el que un personaje hace de perro en cacería y a cuatro patas husmea el suelo. Someter más que ganar limpiamente unas elecciones es su proyecto social. Mejor no lo olvidemos. Lo que no vuelve, ante la amenaza de un regreso de la pandemia ya anunciado, es un reforzamiento efectivo de la sanidad pública. De otro modo no habría protestas diarias de sanitarios y una amenaza de paro médico. Lo que no viene es la derogación de la ley Mordaza. Lo que viene en cambio, una vez más, es la incertidumbre que nunca se fue, el despertar de la pandemia, hoy aquí, mañana allí, con cuidados o sin ellos. Lo que no viene ni vuelve porque ya está es la nueva normalidad de un más de lo mismo enmascarado: leo que el Gobierno urde la construcción de un relato para salvar a la monarquía... ¿Construir un relato? Ya estamos, la mentira hecha verdad oficial como plato único.