star o no preparados, es preferible que esa no sea nunca más la cuestión, porque sencillamente está visto que no lo estamos€ lo que estamos es buenos, que dice la retranca popular. El país no estuvo preparado para la marea negra y sus hilillos de plastilina, y no lo estaba hace ya un año para la pandemia vírica -otros países tampoco, pero allá cada cual-, ni en la primera oleada, ni en la segunda ni en la tercera ni€ Ni tampoco para administrar de manera eficaz las vacunas que ahora mismo en algunos lugares penden de un hilo. Imponderables, siempre ha habido imponderables: el verano, el turismo, las navidades€ y con ellos la improvisación, las medidas insuficientes o la ausencia de estas. No hace falta ser un virólogo ni un profesional sanitario para ver lo que tenemos delante de las narices, sin recurrir a misterios y poderes ocultos.

Tampoco estaba el país preparado para una borrasca de nieve de considerables proporciones, advertida, avisada al detalle, que ha paralizado a más de medio país y dejado tocado al resto. Tanques, muchos, quitanieves, se ve que pocos. Una calamidad que ha probado una vez más la incompetencia brutal de algunos gobernantes, empezando por la presidenta de la comunidad de Madrid y el alcalde de la ciudad, faro de obligada referencia en la medida en que les gustaría que todo el país no fuera sino un arrabal de la capital. ¿Nos afecta a los periféricos? Espero que no, aunque llama la atención que ese esperpento con patas y mando en plaza no sea desautorizada por sus correligionarios. Es para sentirse egoístamente satisfechos de vivir donde lo hacemos y no hacerlo en Madrid, aunque temas por tus familiares.

Lo diré una vez más. Se equivoca Marlaska, el juez que se negó a investigar una denuncia por torturas, cuando dijo que no se daban las condiciones para declarar Madrid zona catastrófica. Claro que se dan, como que es zona catastrófica desde el primer día del gobierno de la Ayuso. Es del dominio público, sobran las pruebas porque las suministra a diario. Incompetencia, mentiras, mala intención€ una forma de gobernar. Tiene razón Iñaki Gabilondo de tirar la toalla, esto es difícil de aguantar, de comentar. Te repites por fuerza porque la realidad se repite de manera opresiva.

La presencia de las estupideces de la IDA en la agenda mediática es ofensiva y lo que debería estar relegado a prensa amarilla, a chascarrillo de caricatos, ocupa a diario el espacio de asuntos de verdadero calado social. Incomprensible. Pero tal vez el asunto de mayor calado social sea por un lado la incompetencia de los gobernantes, cada vez más extendida, y por otro la entrega y dedicación de aquel personal sanitario que hace unos meses era aplaudido de manera ritual.

De lo que sucede fuera de aquí en los hospitales se habla poco, tal vez para no meternos más miedo que el que ya llevamos en el cuerpo; pero está claro que las cifras de los contagios aumentan de manera exponencial, por completo imparable, y las medidas que toma el gobierno central son a todas luces insuficientes€ y las de los gobiernos autonómicos van careciendo, día a día, de lógica elemental, como si la pandemia fuera siempre por delante. Otros países, con menor incidencia de contagios, han tomado medidas mucho más duras que las que se están tomando a este lado de los Pirineos. No deseo la ruina o el descalabro económico de nadie, porque no sería justo, pero al margen de cumplir unas elementales medidas, no parece quedar más remedio que el autoconfinamiento, el hacer de robinsones, y evitar en lo posible el trato social, ese que va a salir notablemente dañado de esta calamidad. La teoría bien, como siempre, la práctica tiene su dificultad. Hablo por mí, como un particular, más confundido que otra cosa, que lee con temor las noticias diarias y ve el alcance de esta calamidad. Sé que hay gente más lista, más cuca y más arrojada. Me es igual.

En cuatro palabras: esto huele a caos. No quiero ni imaginar lo que puede suceder aquí si se les ocurre aterrizar con aviesas intenciones a los marcianos.