l rapero Pablo Hasél debería haber entrado en prisión el viernes pasado, como consecuencia de la sentencia dictada por ese tribunal de excepción, heredero del de Orden Público, que es la Audiencia Nacional, y que como tal está funcionando. Pablo Hasél se ha negado a entrar en prisión por no admitir ni reconocer la sentencia dictada contra él, por eso ha sostenido que para ingresar en prisión va a tener que ser secuestrado una vez que se dicte contra él una orden de busca y captura, pues lo contrario significa una humillación. También se ha negado a buscar refugio en otro país.

Y no solo eso, sino que para celebrar el evento ha lanzado un nuevo rap contra el actual monarca en ejercicio y todo lo que se mueve en las alturas. Suena a provocación y a desafío. Lo es, sin duda, pero el caso es que Hasél está en guerra abierta contra el sistema y el Estado español en su actual configuración. Especiales dianas de sus inventivas son la monarquía y quienes la representan, y también el gobierno progresista que no cumple las expectativas de muchos ciudadanos que con su voto o apoyo les han colocado donde están. Pero qué menos, ahora mismo que el gobierno progresista ha echado el manto del secreto a todo lo relacionado con cuánto le cuesta al Estado la escapada arábiga del Borbón emérito, historia esta entre rocambolesca y bufa.

Atacar a la monarquía y tocar lo intocable siquiera de manera simbólica, excesiva y esperpéntica, tiene su riesgo y su precio cierto con el Código penal actual en la mano, ese que el gobierno de coalición dice que tiene intención de reformar y en concreto el apartado de los delitos de opinión por los que se ha condenado al rapero catalán. No sería la primera vez que un escritor español vaya a parar a prisión o al exilio por hacer públicas sus opiniones contrarias a la monarquía. La historia se repite.

Sería una desgracia que Hasél, además de entrar en prisión, fuera olvidado no ya como autor, sino por los motivos de su condena y estos siguieran planeando sobre la libertad de expresión por muy contraria a esa sensibilidad general que no lo es tanto y sí convencional y mansa, pacata. Mucho de lo dicho por el rapero no falta a la verdad, al revés, expresa lo que quienes deberían investigar abusos, callan y encubren. La voz de Hasél, por muy excesiva que parezca, es la de una generación exasperada, que paga las consecuencias de políticas neoliberales y de casta, que encuentra dificultades reales de trabajo, de derecho a vivienda y padece los reiterados abusos represivos. Una cosa es vivir a costa del Estado y otra reventar gracias a este. El actual régimen está lejos de encontrar soluciones y salidas a su crisis social. Una democracia del siglo XXI con rincones sagrados, altares de obligada unción, acatamientos de vestimentas, intocabilidades, suena cuando menos rara, por muy real que sea y por muy instaurada que se encuentre. Es común que el famoso respeto institucional sirve para encubrir abusos e impunidad.

Tiene guasa que el mismo día que se da como plazo para la entrada en prisión de Hasél, salga en libertad provisional el fenómeno de Rodrigo Rato, mago de las finanzas propias y ajenas, arrepentido, escarmentado, pasado por tallercitos de reinserción, pero muy rico, antes y ahora. Coincidencias€ las carga el diablo, ya se sabe.

Y seguimos con lo intocable. "Me han despedido, como al abuelo de Leonor", ha publicado Bernat Barrachina, el guionista de televisión despedido tras la publicación del asombroso titular Leonor se va de España, como su abuelo, que armó hace unos días un revuelo considerable y el rasgado de vestiduras de los monárquicos de profesión u oficio.

Sea lo uno o lo otro y pese a las desternillantes publicaciones de apoyo monárquico, esto quiere decir no otra cosa que una parte significativa de la sociedad española está de la monarquía hasta la coronilla y desearía ver sus desaparición y sustitución por otro sistema de gobierno. La hartadumbre va a más, pero el movimiento de refundación del régimen político y apoyo a un proceso constituyente en lo territorial y en lo tocante al modelo republicano, no tanto.